Capítulo 249
Elías había reservado un lujoso salón privado.
Aunque solo eran cinco personas, la mesa era lo suficientemente grande como para acomodar a diez personas.
Elías, con mucha cortesía, abrió una silla e hizo un gesto invitando a Agustín a sentarse.
-Sr. Junco, por favor, tome asiento.
Agustín estaba acostumbrado a este trato servil de los demás hacia él, así que se sentó con naturalidad.
Pero era la primera vez que Dafne veía en persona cómo otros trataban así a Agustín.
Él, indiferente a la adulación, mostraba un semblante frío y distante, irradiando una sensación de lejanía que lo hacía parecer inaccesible.
Esto le resultaba extraño a Dafne, le costaba asociar esta faceta de hombre altivo de Agustín con aquel que solía cocinar para ella con un delantal puesto.
Después de que Agustín se sentó, Viriato ocupó el asiento a su derecha.
Luego, Elías eligió un lugar a la izquierda de Agustín, dejando un asiento vacío entre ellos.
No se sentó ahí por casualidad, sino que pensó que sentarse demasiado lejos no era conveniente para hablar de negocios con Agustín, pero sentarse muy cerca podría de él podría incomodarlo.
Así
que Elías dejó un asiento vacío a propósito.
El director del bufete se sentó a la izquierda de Elías.
Dafne, por su parte, decidió sentarse lo más lejos posible de Agustín, justo enfrente de él.
Agustín se recostó en la silla, echando un vistazo alrededor, y una chispa de desilusión cruzó momentáneamente sus ojos.
Viriato observó todo esto y suspiró en silencio.
Eran una pareja destinada a la desdicha.
Una vez que todos estuvieron sentados, Elías deslizó el menú hacia Agustín.
-Sr. Junco.
Agustín lo hojeó despreocupadamente y pidió algunos platos antes de devolverle el menú a Elías.
Elías añadió algunos platos más.
19:17
Dafne mantuvo la mirada baja, evitando mirar a Agustí, que estaba frente a ella, simplemente mirando hacia la mesa.
Los platos que Agustín había mencionado al camarero eran todos los que a ella le gustaban.
De repente, Dafne sintió un poco de resentimiento.
Ya habían terminado, y sin embargo, él seguía haciendo cosas sin sentido: primero la invitaba a quedarse a cenar, y luego pedía sus platos favoritos en su presencia.
¿Qué pretendía con eso? ¿Acaso pensaba burlarse de ella?
Delante del director y de Elías, Dafne no podía simplemente levantarse y marcharse.
Pero estar en el mismo salón privado con Agustín la hacía sentir tan oprimida que apenas podía respirar.
No entendía a Agustín.
Agustín charlaba distraídamente con las personas a su alrededor, pero sus ojos constantemente regresaban a Dafne.
Estaba sentada cabizbaja, sin hablar ni mirar su teléfono, como si estuviera abatida, y Agustín sentía una enorme tentación de acariciar su cabello o de estrecharla en un fuerte abrazo.
Pronto, los camareros trajeron la comida.
Dafne comía en silencio, enfocándose en su comida.
Realmente tenía hambre. Después de encontrarse con Agustín y Maya en el avión la noche anterior, había pasado la noche sintiéndose mal, no tenía apetito para cenar, y luego no pudo dormir. Esa mañana se levantó temprano y no alcanzó a desayunar antes de ir al campo de golf, así que ahora su estómago vacío rugía por comida.
No tenía nada que aportar a la conversación, ni le interesaba hacerlo, así que se dedicó a
comer en paz.
Agustín accedió a colaborar con el Grupo Líder, prometiendo enviarle a su asistente al día siguiente para firmar el contrato, lo cual puso a Elías de muy buen humor, al punto de tomarse varias copas.
Bajo los efectos del alcohol, Elías pasó de ser reservado y adulador a estar completamente relajado, contando la historia de su vida con entusiasmo.
Agustín, sin embargo, ignoraba la palabrería de Elías, pues su mente estaba constantemente enfocada en Dafne al otro lado de la mesa, con su mirada desviándose hacia ella con frecuencia, y sin comerse ninguno de los platos que pidió, con la intención de dejárselos a Dafne.
Elías y el director del bufete estaban tan ocupados bebiendo y charlando que no notaron los pequeños gestos de Agustín, pero Viriato, en cambio, lo notó todo claramente.
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