Capítulo 420
Él tragó saliva y preguntó con cautela:
-Noa, tú… ¿tú no la habrás detenido, verdad?
-¿Hmm? ¿Qué pasa? ¿No dijiste que debíamos detener a todas las mujeres extrañas sin cita?
Ella no tenía cita y pidió ver al presidente, así que la detuve.
Gustavo se dio una palmada en la pierna.
-¡Ay, Dios mío! ¿Cómo pudiste detenerla? ¡Déjala pasar de inmediato! ¡Oh, no! ¡lré personalmente a buscarla!
Noa se quedó boquiabierta.
-¿Qué pasa, primo? ¿De verdad conoce al presidente?
-¡No solo lo conoce! -Gustavo salió apresuradamente de su oficina rumbo al ascensor-. ¡Ella es la esposa de nuestro presidente!
Gustavo apenas había salido de la oficina cuando chocó con alguien.
Lo primero que vio fueron los zapatos negros de cuero y los pantalones de traje.
¡Qué mala suerte!
Gustavo levantó la vista y se encontró con la mirada de Agustín.
-Pre… presidente…
Agustín lo miró con ojos entrecerrados, emanando una peligrosa aura.
-¿La esposa del presidente? ¿Quién?
Gustavo respondió de inmediato:
-La Srta. Rosales, claro.
Al escuchar eso, el hielo en los ojos de Agustín se derritió, y la peligrosa aura desapareció.
El hombre esbozó una sonrisa.
-¿Ella está aquí?
Gustavo colgó el teléfono y respondió:
-Sí, presidente, está abajo. La nueva recepcionista no la reconoció y, como no tenía cita, la detuvo…
Gustavo bajó la voz al final, porque la recepcionista era su prima.
La última vez, su prima había dejado entrar a alguien problemático por descuido, y el presidente casi la despide. Gustavo había tenido que rogar para que la dejaran quedarse.
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Capitulo 420
Gustavo, compañero de universidad de Agustín, había regresado después de estudiar en el extranjero y entrado al Grupo Junco a través de los canales regulares. Había trabajado diligentemente por años, y ahora, temía que su carrera estuviera en peligro por culpa de su prima Noa.
-¡Cielos, ayúdame, por favor!
Sin embargo, el escenario que esperaba no se materializó.
Agustín no solo no estaba enojado, sino que sonreía.
-El título de esposa del presidente suena bien. De ahora en adelante, llámenla así.
-Vamos, acompáñame a recibirla -dijo Agustín, girando hacia el ascensor.
Gustavo se quedó atónito por un momento.
¿Significaba eso que no lo iban a despedir?
Al darse cuenta, Gustavo se alegró y corrió tras él.
Abajo, Noa miraba a Dafne con una expresión complicada.
¡Ella era la esposa del presidente!
Noa bajó la cabeza, nerviosa, y empezó a jugar con sus dedos.
-Eh… lo siento mucho, de verdad no sabía que usted era la esposa del presidente. Pensé que… -¿Esposa del presidente? -Dafne frunció el ceño-. No lo soy.
-¡No me haga bromas! Mi primo ya me lo dijo, usted es nuestra esposa del presidente. Señora, fui muy tonta, no supe reconocerla. Por favor, perdóneme.
Dafne continuó frunciendo el ceño.
-Ya dije que no soy la esposa del presidente…
Noa pensó que Dafne estaba molesta por el comentario de que el presidente ya tenía a la Srta. Seballos y que estaba enfadada.
Noa suspiró profundamente.
-Ahora sí que he ofendido a la esposa del presidente. Si decide despedirme, ni mi primo podrá ayudarme.
-¡Ay, cielos! ¿Por qué tengo tan mala suerte?