Capítulo 72
Bruno cerró los ojos, y en su mente apareció de nuevo la imagen de Dafne enredada con aquel hombre.
En ese momento, ¿estarían juntos? El dolor en su corazón era tan claro.
Antes de venir, había considerado muchas posibilidades, pero nunca imaginó que Dafne ya
estaría con otro hombre.
Dicen que una relación se pierde dos veces.
La primera es cuando se termina.
La segunda es al verla con alguien más.
Resulta que es cierto.
Al día siguiente, el otoño brillaba con un cielo despejado y soleado.
Dafne había quedado en salir con Agustín, se despertó tarde y después de un desayuno ligero, comenzó a arreglarse.
Se puso un vestido largo de terciopelo negro con mangas largas, con su cabello rizado cayendo
sobre sus hombros.
El color rojo intenso de su labial combinaba perfectamente con su vestido negro. Era una mujer de rasgos marcados, con una belleza intensa, nariz prominente, cejas gruesas y ojos almendrados. Este maquillaje realzaba su belleza de manera impresionante, impactando a quien la mirara.
El Rolls–Royce de Agustín estaba estacionado abajo.
Dafne bajó y lo encontró recostado en el auto, hablando por teléfono.
Cuando la vio, los ojos de Agustín brillaron un instante, rápidamente terminó su llamada y levantó la mirada con una leve sonrisa -Hoy tu atuendo y maquillaje te quedan muy bien.
Dafne sonrió, abrió la puerta del copiloto y se sentó.
-¿A dónde vamos? -le preguntó mientras se abrochaba el cinturón de seguridad.
-Lo sabrás en un momento.
Hoy no llevó a su chofer, él mismo conducía.
Atravesaron el bullicioso centro de la ciudad, dirigiéndose hacia las afueras, donde los altos edificios desaparecían poco a poco.
Silvania era un área plana, y el paisaje fuera de la ciudad era hermoso. Bajo el cielo azul claro, se extendian interminables campos dorados de arroz, con algunos agricultores cosechando.
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De vez en cuando pasaban por pequeñas granjas, donde los árboles frutales frente a las casas habían perdido todas sus hojas, quedando sus ramas desnudas.
Dafne abrió la ventana un poco, dejando que el fresco viento entrara, cargado con el suave aroma del jazmín, lo cual era refrescante.
-Ah, qué agradable -Dafne cerró los ojos, respirando profundamente para disfrutar el aroma a jazmín en el aire.
Agustín, concentrado al volante, le dijo -Ya casi llegamos.
El auto continuó por un estrecho camino rural durante unos veinte minutos más, finalmente deteniéndose frente a una casa de tres pisos.
-Llegamos -Agustín apagó el motor y miró a Dafne.
Ella, con una expresión de sorpresa -¿Dónde estamos?
Agustín, con una ligera sonrisa en su voz–Baja y mira por ti misma.
Apenas salieron del auto, el dueño de la casa salió a recibirlos.
El hombre inicialmente mostró asombro, pero al reconocer a Agustín, su expresión se tornó en sorpresa y luego en una sonrisa–¡Sr. Junco! ¿Qué lo trae por aquí?
Mientras hablaba, el hombre le ofreció un cigarrillo.
Dafne, que no fumaba, reconoció la marca del paquete: Marlboro. Había visto ese cigarrillo en los estantes de las tiendas y supermercados, costando unos pocos dólares por paquete.
Observó cómo Agustín, elegante y distinguido, aceptaba ese cigarrillo, mientras el otro hombre, de unos cuarenta años y piel bronceada, lo encendía para él.
El hombre, algo cohibido, le dijo -Disculpe, Sr. Junco, no sabíamos que vendría hoy, en casa no tenemos buenos cigarros, solo estos.
Dafne, intrigada, miró a Agustín con interés.
Era curioso que él fumara cigarrillos tan baratos.
Por la reacción del hombre, parecía que Agustín venía aquí a menudo.
-¿Y ella quién es? -el hombre dirigió su mirada a Dafne.
-Es la Srta. Rosales -le respondió Agustín con calma.
El hombre mostró sorpresa–¡Srta. Rosales, qué sorpresa!
-¡Mamá! ¡Mamá! -el hombre gritó hacia el interior de la casa -¡La Srta. Rosales está aquí!
Dafne miró a Agustín con curiosidad, sin entender lo que pasaba.
¿Acaso esta familia la conocía?