Capítulo 76
Ser abogado es una profesión en la que los contactos son extremadamente importantes.
Dafne llegó temprano a la finca con Agustín.
Domingo estaba en la puerta de la mansión principal para recibirlos. -Dafi, por fin llegaste.
Domingo llevaba un traje blanco y su cabello estaba peinado hacia atrás.
La familia Salazar tenía buenos genes, y Domingo era increíblemente apuesto. En sus tiempos de estudiante, ya era considerado el chico más guapo de la escuela, y siempre estaba rodeado de admiradoras.
También era un hombre conocido por ser un romántico empedernido, cambiando de novia más a menudo que de ropa.
Dafne sonrió al saludarlo: -Primo.
-Después de tantos años, Dafi, te has puesto cada vez más hermosa -le dijo Domingo, girando la cabeza hacia Agustín y bromeando-. Vaya, nunca pensé que un día te llamaría cuñado, jajajaja, ¿me llamas cuñado para escuchar cómo suena?
Agustín soltó un leve resoplido, mirándolo fríamente.
Domingo fingió estar molesto: -Vaya, mira cómo eres, siempre con esa actitud altiva. Mi prima debe sufrir mucho contigo.
Los ojos almendrados de Dafne se curvaron en una sonrisa. -¿Altivo? No lo creo, Agus es muy dulce conmigo.
Domingo hizo un gesto de no poder soportarlo. -¿Todavía no están comprometidos y ya me
están dando celos?
Dafne charló un rato con Domingo en la entrada antes de entrar a la mansión tomada del brazo de Agustín.
El salón principal de la villa era el lugar donde se celebraba la fiesta.
Había una multitud de invitados, la mayoría de los cuales eran desconocidos para Dafne.
Tan pronto como Agustín entró al salón, varias personas se acercaron para hablar con él y
saludarlo.
Entre ellos, había una pareja extranjera que tenía un proyecto importante para discutir con Agustín y Domingo, y necesitaban ir a la biblioteca en el piso superior.
Dafne, comprensiva, les dijo: -No hay problema, ustedes vayan. Yo me quedaré aquí un rato.
Dafne apenas se había sentado en el sofá cuando Sofía, la empleada de la familia Rosales, se acercó.
-Señorita, hoy salió con tanta prisa que se olvidó de estos pendientes. La señora me pidió que
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se los trajera le dijo Sofía, sosteniendo un par de pendientes de perlas que Dafne había elegido cuidadosamente para combinarlos con su vestido.
Al escuchar esto, Dafne se tocó el lóbulo de su oreja instintivamente. -Oh, mírame, ¿cómo pude olvidarlos?
-Señorita, ¿la fiesta aún no ha comenzado oficialmente, verdad? -Sofía le ofreció los pendientes. Todavía hay tiempo de ponérselos.
-Sí–le respondió Dafne con una sonrisa amable-. No hay espejo por aquí, Sofía, ¿podrías ayudarme a ponérmelos?
-Claro.
Sofía se sentó junto a Dafne y, con movimientos suaves, le colocó los pendientes.
-Ahora te ves mucho mejor —le dijo Sofía, satisfecha, asintiendo con una sonrisa.
-¿Dafne? ¿Qué haces aquí? -Una voz femenina, familiar y sorprendida, resonó.
Dafne frunció el ceño y se volteó.
Era Gabriela, la madre de Bruno.
A su lado, estaba Macarena, elegantemente vestida.
Dafne frunció el ceño aún más.
Gabriela se detuvo frente a Dafne, mirando a Sofía y luego a Dafne con una actitud altiva. -Así que tu madre es una trabajadora doméstica, ¿eh?
Sofía llevaba un uniforme de empleada, por lo que era fácil reconocer su profesión.
Al escuchar esto, Sofía negó rápidamente con la mano. -No, no, se equivoca, yo no soy la madre de Dafi, solo soy la empleada de la familia Rosales.
-Jaja -rio Gabriela con desdén-. Sé que dices eso para no avergonzar a tu hija en público. Vamos, mentir no sirve de nada, todos vimos cómo le ponías sus pendientes, con ese gesto tan cariñoso. ¿Quién podría creer que no eres su madre?
Macarena también se rio, cubriéndose la boca. -Jajaja, yo te entiendo, trabajar como criada no es muy prestigioso. Yo también me sentiría avergonzada.
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