Capítulo 10
Nicolás pasó toda la noche en mi casa. Durmió en la cama en la que Carlos y yo solíamos dormir.
Pero yo en el fondo de mi corazón, no lo entendía. En todos estos años pasados, nunca se había preocupado por nuestra vida, ¿pero por qué ahora mostraba semejante tristeza?
Al día siguiente, fue al mercado del pueblo y compró algunas herramientas agrícolas. Al regresar a casa, se arremangó y comenzó a cortar el césped.
Era julio, el calor era abrumador. El sol brillaba en el cielo y no había ni una brisa. Pero él parecía no sentir nada, solo se dedicó a cortar la maleza y arreglar las hortensias y las rosas. Cuando tenía sed, bebía agua; cuando tenía hambre, comía el pan que había comprado en el mercado.
Después de eso, limpió con cuidado todos los rincones de la casa, dejando intactos los dos círculos en el suelo. A veces se acostaba a nuestro lado, pretendiendo abrazarnos con su brazo.
Lo observaba en silencio, sintiendo cómo mi cuerpo se volvía cada vez más ligero. Ahora finalmente entendía por qué no pude entrar al paraíso. Tal vez el rencor entre Nicolás y yo era demasiado profundo, por eso el pasado pesado me impidió a descansar en paz. Si algún día ambos de nosotros podríamos dejar de lado lo ocurrido en el pasado, podría recuperar por completo la libertad que me pertenecía.
En aquellos días, Carlos era el más feliz. Creía que Nicolás se mudaría a vivir con nosotros, así que siempre estaba al lado de su querido papá. Sabía que él no tenía tanto odio y rencor como yo, entonces, debería despedirse de este mundo más temprano que yo. Por eso, si quería pasar más tiempo con su papá, no lo impediría.
Sin embargo, Nicolás era extraño. no fue a pagar la electricidad. Se acostaba en la habitación oscura en este intenso calor verano como la sauna todas las noches, a veces lloraba y a veces reía como un desquiciado.
Durante el día, dedicaba todo su tiempo a limpiar la casa y arreglar el patio, incluso María sentía curiosidad por sus acciones. Cuando él estaba distraído apoyado, contra la puerta, ella le preguntó:
-¿Vas a vender la casa? Pero esta es una casa maldita, no será fácil…
Nicolás no le hizo caso. Volvió al jardín y cerró directamente la puerta.
Él pasó siete días ahí y, en el séptimo día, Felicia vino a buscarlo. Se sorprendió al ver el patio y la casa tan arreglados. Lo interrogó con furia:
-Te he llamado mil veces estos días, pero no contestaste ninguna. ¿Has estado entonces
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Capítulo 10
metido aquí arreglando su casa?
Nicolás no le respondió, concentrándose en lo que estaba haciendo. Felicia se le acercó y le quitó la pala de flores, arrojándola al suelo. Le gritó con rabia:
-¡Nicolás! ¿¡Qué carajos es lo que estás haciendo!? ¿Me estás tomando el pelo? ¿Quieres volver a vivir con tu esposa? Entonces, ¿qué significo yo para ti?
Nicolás se levantó con despacio y le dirigió una llamada despreocupada:
-Ya no tengo la oportunidad de vivir con ella de nuevo.
Felicia no entendió:
-¿Y por qué te quedas aquí en realidad? El doctor dijo que tengo leucemia aguda y necesito un trasplante de médula ósea lo antes posible. Si Candela quiere más dinero, puedo darle lo que
sea.
Nicolás se rio burlón:
-Si quieres verla, ve a buscarla en el infierno.
Felicia se quedó estupefacta:
-¿Qué quieres decir?
Nicolás le respondió con la cara sombría y aterradora:
-¿Qué quiero decir? ¿No sabes lo que quiero decir? Hace tres años, dijiste que pronto morirías y necesitabas un trasplante de médula ósea. En ese momento, ¡Candela aún estaba enferma! ¿¡ Por qué el doctor al que contrataste me dijo que la donación no afectaría su salud!?
Felicia guardó silencio.
-Sabías perfectamente que, si no ella estaba en buena condición de salud, ¡la donación podría causarle severas complicaciones! Sin embargo, aun así, ¡me presionaste a obligarla a hacerlo!
Nicolás ya estaba al borde de la desesperación, como si su ira finalmente hubiera encontrado una salida.
Felicia, nerviosa, trató de justificarse:
-¡No puede ser! ¡El doctor me dijo que ella estaba todo bien y por eso la dejó salir del hospital!
Nicolás se le acercó bruscamente y le apretó el cuello, gritándole:
-¡Todo es tu maldita culpa! Si no fuera por ti, ¡Candela no habría muerto! ¡Tu enfermedad es el castigo que mereces! Esta vez, ¡nadie podrá salvarte!
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Ella lo miró a los ojos y le soltó una risa con sarcasmo:
-¡Deja de fingir amarla tanto! ¿Quién hizo que Candela se sometiera a la prueba de compatibilidad? ¡Fuiste tú! Aunque yo tenía muchas prisas en el trasplante, ¿quién la trajo aquí a la fuerza a pesar de que estaba enferma? ¡Fuiste tú de nuevo! Si no fuera porque eres útil para
mí, ¡no habría sido posible que me quedara a tu lado! ¡Solo una mujer tan estúpida como Candela estaba tan perdidamente enamorada de ti!
Al escuchar estas palabras desafiantes, Nicolás aplicó aún más fuerza apretando su cuello. Felicia ya se puso toda pálida e iba a dejar de forcejear poco a poco. En los últimos momentos de la vida de Felicia, Nicolás la soltó y ella estalló una tos violenta derrumbada en el suelo.
Nicolás le dirigió una mirada con frialdad:
-No te mataré porque tu sangre ensuciará mis manos. Te dejaré sufrir y morir leucemia. Ese al fin y al cabo es tu destino original.
por la
