sollozo de su garganta. Se agachó y enterró la cabeza en mi ropa, luego se echó a llorar desconsoladamente.
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Capítulo 9
+25 BONOS
Se quedó en la habitación hasta la noche. Después de tres años sin pagar la electricidad, toda la casa estaba sumida en la oscuridad. Con las altas hierbas en el patio, un ambiente bastante de miedo se apoderó del pequeño espacio. Aunque yo era solo un alma, sentía un escalofrío. Pero Nicolás no parecía asustarse, se sentó en mi cama, como un muñeco de madera.
De repente, sonó su celular. El timbre interrumpió este silencio incómodo. Me acerqué a mirar su pantalla y, para mi sorpresa, era una llamada de Samuel.
Nicolás contestó la llamada, pero se quedó en silencio, sin decir nada.
Samuel fue el primero en hablar:
-Creo que es necesario aclarar las cosas contigo. No quiero que esa mujer tonta sea malentendida, aunque ya está muerta.
Después de una breve pausa, continuó:
—Al principio solo quería vengarme por el daño que me hiciste con esa botella. La amenacé con el futuro de tu carrera y ella aceptó mis peticiones. En realidad, si ella realmente aceptaba a ser mi novia, no me hubiese importado mantenerla ni a ella ni al hijo en su vientre, pero ella no lo hizo. Como no quería ser un amante ilegítimo, no insistí entonces. No quería que algún día ella se vengara de mí porque la había obligado. Estos años, la torturabas mucho y pensé
ella vendría a buscar mi ayuda, ¡pero ella murió de manera tan miserable! ¡Y su muerte fue resultado de la donación de médula ósea a tu amante! ¡Qué ridícula! Según veo, tú, Nicolás Pérez, jeres un completo desgraciado despreciable, sin corazón! Al regresar al país, ya me enteré de su muerte, ¡pero tú no sabías nada al respecto!
que
Del otro lado de la línea, Samuel ya perdió el control. Para ser honesta, no entendía muy bien qué tipo de persona era Samuel…
Nicolás colgó la llamada, y yo ya no escuché los gritos furiosos de Samuel. Como no me apetecía ver más el sufrimiento de Nicolás, salió del patio. Al principio, creía que el
sufrimiento de semejante desagradecido me daría satisfacción, sin embargo, a decir verdad, ya no sentía nada de alegría.
Encontró a Carlos, quien ya se quedó dormida en una rama de un gran árbol no muy lejos. Lo abrazó, besando una y otra vez su carita dormida. En los últimos días, sentía que mi alma se había vuelto mucho más ligera, tal vez porque había dejado de lado muchos odios y rencores que cargaba. Quizás pronto, tanto Carlos como yo podríamos descansar en paz en el paraíso, olvidando poco a poco las pesadillas que habíamos experimentado.