Apenas terminó de hablar, se escuchó un golpe en la puerta del salón privado.
Eran Alfredo y Castulo quienes habían llegado.
Alfredo empujó la puerta, y al ver tanta gente reunida dentro, soltó sorprendido:
-¿Tanta gente aquí?
Ese restaurante pertenecía a su familia.
Ély Castulo habían ido a cenar ahí y, al escuchar por parte del gerente que Armando estaba en el lugar, decidieron pasar a saludar. Jamás imaginaron encontrarse con semejante multitud.
Para colmo, todos eran conocidos.
Alfredo, al ver tanta gente reunida, sintió que ya no tenía sentido cenar solo con Castulo. Así que preguntó:
-Armando, ya que hay tantas personas aquí, ¿te importa si Castulo y yo nos unimos?
Armando asintió:
-Dr. Héctor, señor Burgos, no sé sí…
Antes, el Dr. Héctor había invitado de manera cordial a la familia Lobos y a la familia Saavedra a unirse. Ahora, con los amigos de Armando llegando, no era correcto negarse.
-Por supuesto que no me molesta; solo quisiera saber si al señor Burgos le parece bien…
Jaime soltó una carcajada y respondió:
-Conozco bien tanto a Castulo como a Alfredo, claro que no me importa.
Al principio, Jaime se había molestado un poco al ver a la familia Lobos y a la familia Saavedra mezclarse en la reunión.
Pero ahora, si pudiera, invitaría hasta al vecino. ¿Cómo iba a negarse a dos personas más?
Durante ese tiempo, Alicia había estado buscando la manera de ver a Castulo, pero él la había estado evitando.
Por fin, al verlo en persona, no pudo contenerse y se levantó para decir:
-Castulo, ven, siéntate aquí conmigo.
Castulo la ignoró. En vez de eso, junto con Alfredo, le pidió al mesero que pusiera dos sillas extra al lado de Armando.
Apenas se acomodaron, de nuevo sonó un golpe en la puerta.
Esta vez, quien entró fue Orlando, acompañado por tres de los ingenieros clave de su empresa.
La compañía de Orlando también estaba involucrada en el proyecto del Grupo Frias.
Al entrar y ver tanta gente reunida, Orlando también se sorprendió.
Sin embargo, lo que le llamó la atención no fue ver a Paulina y Jaime en el salón. Después de todo, ya era un secreto a
voces que Armando se había acercado a La Conquista Comercial para colaborar en este proyecto.
Lo que sí le sorprendió fue ver a Mercedez y a miembros de la familia Saavedra y Lobos ahí presentes.
Al entrar, Orlando dirigió una mirada rápida a Mercedez antes de hablar:
-Perdón por llegar tarde, compañeros.
Armando le respondió:
-No te preocupes, apenas acabamos de llegar. Señor Rocha, tome asiento.
Antes de sentarse, Orlando saludó al Dr. Héctor:
-Supongo que usted es el Dr. Héctor, ¿verdad? Mucho gusto, había escuchado mucho sobre usted.
-Ah, así que usted es el señor Rocha, un gusto conocerlo.
Francisco había reservado el salón más grande del restaurante; la mesa redonda podía acomodar sin problemas a unas treinta personas. Así que, aunque ahora había seis o siete más, incluyendo a Mercedez, Castulo y Alfredo, el lugar no se
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Capítulo 402
sentía apretado.
Ya sentado, Orlando preguntó:
-¿De qué estaban platicando?
El Dr. Héctor retomó la conversación y resumió lo que habían discutido.
-Vaya, así que era eso -comentó Orlando, antes de dirigirle la palabra a Mercedez-. El señor Smith me comentó que le mandó un mensaje especialmente a Mercedez sobre este asunto. Parece que el profesor te aprecía mucho.
Mercedez sonrió, y contestó:
-Me siento muy afortunada de contar con el apoyo del profesor. Haré lo posible por estudiar a fondo el artículo que él recomendó. No quiero decepcionarlo.
Tanto el Dr. Héctor como el señor Smith mostraban admiración y aprecio por Mercedez, lo que alegró a Orlando.
Y, al mismo tiempo, su admiración y cariño por Mercedez crecieron aún más.
La miró con tal intensidad que le costó trabajo apartar la vista.
Pero, estando Armando presente, aunque no quería, terminó por mirar hacia otro lado.
Mercedez percibía claramente ese afecto cada vez mayor de Orlando hacia ella.
La última vez, durante el cumpleaños de su abuelita, le había dolido que Castulo no se presentara.
Ahora, al mirar hacia Castulo, notó que él solo estaba sentado tomando café, sin mirarla siquiera. Ni una palabra sobre los elogios que le dedicaban los demás. Frunció el ceño y apartó la mirada, algo desilusionada.
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