Capítulo 426
-¿Nunca ha aparecido?
-Así es en ese momento, otro colega intervino-. Por eso, varios aquí creemos que la señorita Paulina ya se divorció de su esposo. Si no, después de tantos meses, ¿cómo es que jamás ha mencionado a ese tipo?
-De acuerdo.
Visto así, la verdad, tenía sentido.
Si Paulina Romo no se hubiera divorciado, ¿cómo se atrevía Tito Jacobo a cortejarla tan de
frente?
Aun así, Teófilo no lograba calmar su mente. No se le había ocurrido jamás que Paulina ya hubiese estado casada.
Mientras él seguía en las nubes, Paulina, desde su escritorio, le preguntó:
-¿Qué pasa?
Teófilo estuvo a punto de preguntarle: “¿Es cierto que ya estuviste casada?” Pero sabía bien que andar preguntando tanto sobre la vida privada de la jefa, una vez se podía perdonar, pero repetirlo era de mala educación y hasta grosero.
Al volver en sí, solo respondió:
-Nada, no te preocupes.
Por la tarde, Paulina recibió una llamada.
Al colgar, antes de salir del trabajo, se acercó a Jaime Burgos y le dijo:
-Mañana llegaré a la oficina en la tarde. ¿Puedes cubrirme en la reunión de la mañana?
-Claro, no hay problema -respondió Jaime, y luego preguntó-: ¿Ocurrió algo?
-Mañana van a hacerle unos estudios a mi mamá en el hospital, y quiero acompañarla.
Jaime, que no sabía que la salud de Yolanda Romo iba en picada, pensó que solo era un chequeo regular y comentó:
-Tú tranquila, ve con tu mamá. Lo que pase en la empresa lo manejo yo.
Paulina asintió y se fue.
…
Al día siguiente, Paulina, la abuelita Romo y Fernanda llegaron temprano al hospital.
Incluso allí, solo podían seguir a cierta distancia, sin acercarse demasiado para que Yolanda no
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Capítulo 426
las descubriera.
Durante los estudios, Yolanda se alteraba de la nada, gritaba y forcejeaba como loca, y se necesitaba a varios enfermeros para sujetarla y poder terminar los exámenes.
Le hicieron más de diez pruebas distintas.
Al terminar, Yolanda se fue con las personas del asilo, saliendo del hospital.
Como la abuelita tampoco andaba bien de salud, también se marchó. Paulina se quedó con el doctor del asilo para esperar los resultados.
Pero la mayoría de los exámenes saldrían hasta la tarde, o en el peor de los casos, al día siguiente.
Los pocos resultados que ya estaban listos no pintaban nada bien para Yolanda.
Después de escuchar al doctor, Paulina sintió cómo se le caía el ánimo hasta el suelo.
Se despidió y bajó por el hospital, rumbo a la salida. Pero justo cuando pasó por el vestíbulo, la voz de Josefina Frias retumbó en el aire:
-¡Mamá!
Paulina se detuvo en seco. Apretó el bolso con fuerza y, sin voltear, estuvo a punto de seguir de largo fingiendo que no escuchaba. Pero Josefina apareció enseguida, la abrazó por la cintura desde un costado y repitió:
-¡Mamá!
Paulina volteó, dispuesta a decir algo, pero alcanzó a ver a Armando Frias parado entre la
gente.
Ignorándolo, bajó la mirada a Josefina. Al escuchar su tos, preguntó con tono tranquilo:
-¿Te enfermaste?
-¡Sí! -apenas terminó de decirlo, Josefina tosió varias veces seguidas. Luego la miró y preguntó : Mamá, ¿qué haces aquí en el hospital? ¿Tú también te enfermaste?
-No, yo no estoy enferma -dijo Paulina, y le tocó la frente-. ¿Tienes fiebre?
-Anoche sí, pero ya se me quitó -respondió Josefina, y antes de que Paulina pudiera decir más, la abrazó con más ganas y, mirando a Armando que ya se acercaba, hizo puchero-: Anoche quería llamarte para que vinieras a cuidarme, pero papá dijo que estabas muy ocupada, así que no llamé…
Paulina evitó mirar a Armando y solo le dijo:
-Mamá sí anda ocupada. Qué bueno que ya bajó la fiebre.
Hizo una pausa y luego preguntó:
-¿Por qué viniste al hospital? ¿No pudieron atenderte en casa?
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Si solo era una simple enfermedad, Josefina no tendría por qué ir al hospital.
En ese momento, Armando intervino:
-Vinimos a hacerle unos estudios.
Paulina no preguntó más por qué necesitaban exámenes. Josefina, aferrada a su cintura, se
adelantó con entusiasmo:
-Mamá, hoy no tengo clases. ¿Puedo ir contigo a casa de la bisabuela?
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